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DAMASCO, Siria, nov. 26, 2012.- Todo el día y toda la noche. Se escuchan explosiones, bombardeos, cañonazos, ráfagas.
No hay guerras más sangrientas que las guerras civiles, porque son entre hermanos. Porque no se libran entre países a la distancia, sino en las calles, los callejones, con combatientes atrincherados detrás de paredes y comercios, con olor a pólvora que se escurre bajo la puerta de las casas y en los patios de las escuelas.
El sonido de los misiles y las balas expulsa a la gente de sus ciudades. Triunfa el miedo.
Edificios, oficinas, viviendas, vehículos exhiben sus heridas de guerra.
Ciudades que serían fantasma salvo porque al final de la batalla los cuerpos quedan tirados en la calle.
Aleppo, Idleb, Hama, Homs, Deraa una columna geográfica de norte a sur, desde la frontera con Turquía hasta el límite con Jordania, una franja de sangre que viene partiendo Siria desde que floreció la Primavera Árabe.
Siria lleva 20 meses en guerra civil pero la gran batalla es por Damasco, la capital.
Los principales combates se llevan al cabo en los alrededores del centro histórico de una de las ciudades más profundas y estéticas del mundo, patrimonio cultural de la Humanidad.
En julio, los revolucionarios estuvieron muy cerca, pero el gobierno logró replegarlos.
Este fin de semana, el Ejército Libre Sirio, como se llama la oposición armada que reclama derechos democráticos, logró tomar una base militar a tan sólo 13 kilómetros del corazón de Damasco.
El régimen ha establecido decenas de retenes para controlar el paso.
El gobierno del presidente Bashar al Assad tiene uno de los ejércitos más ricos y mejor entrenados del mundo árabe.
Fue diseñado desde tiempos de su papá y antecesor en el cargo, con el objetivo de hacer frente al poderío militar de Israel, su vecino y adversario.
Ataca a los rebeldes con tanques de guerra. Desde helicópteros y aviones.
El Ejército Libre Sirio no tiene ese armamento ni esa organización.
Los revolucionarios visten alguna ropa camuflada de la que se vende como moda de ocasión, viajan en las camionetas que les donan simpatizantes y tras resistir año y medio con pistolas y metralletas.
Han empezado a usar equipo antiaéreo.
Ahmed Moaz al Khatib, el líder de la Coalición Nacional Siria de las Fuerzas Revolucionarias y Opositoras, creada hace dos semanas para tratar de unir a los rebeldes divididos, se quejó de que la comunidad internacional no los está apoyando como sí respaldó a rebeldes de otros países en esta Primavera Árabe.
Todo el día, y toda la noche, explosiones, bombardeos, cañonazos, ráfagas.
Sin embargo, en el corazón de Damasco la vida sigue como si no se escucharan cada diez minutos.
Los damascenos confiesan que ellos mismos están sorprendidos de que han terminado por acostumbrarse.
Hay luz, agua, teléfono, gasolina y comida. La gente sale poco, pero sale.
Se han apagado el bullicio y la atmósfera que enamoraban a los visitantes, pero Damasco está lejos de ser una capital devastada y abandonada.
Nadie quiere que llegue a serlo, pero se sabe que la batalla por Damasco, no será breve.
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