Noche en Urgencias en el Central Norte

Por Karla Iberia Sánchez | Fuente: Noticieros Televisa | 2013-02-04

Médico Pemex

La Dra. B cuenta la historia de la noche en que decenas de heridos llegaron al Hospital Central Norte de Pemex

CIUDAD DE MÉXICO, México, feb. 4, 2013.- Con sólo ver la columna de humo y polvo, la Dra. Irma B. supo lo que tenía que hacer. 

¿Era una explosión?

¿Una mufa?

¿Un derrumbe?

Decidió no quedarse sentada observando una transmisión. Con 70 años cumplidos, la Dra. B jaló la bata blanca del perchero, tomó las llaves del auto -se guió por el presentimiento de que algo muy grave había ocurrido- y sorteó el tráfico de Tlalnepantla hasta el Hospital Central Norte, en Azcapotzalco. 

Ésta es la historia de solidaridad y responsabilidad de los voluntarios de una noche que tiene en luto a México. 

Muy cerca del parque Bicentenario, -lo que alguna vez fue la mega-refinería de Azapotzalco-, ya estaba un retén de Policía Federal. Aún no daban las 6 de la tarde del jueves 31 de enero. Al lado de la Dra. B, pasaban familiares corriendo, desesperados, llorando. Muchachas en camiseta que no tuvieron tiempo de buscar un suéter al momento de escuchar de las explosiones en el edificio B-2 del complejo en Marina Nacional. Padres con el rosto alargado de preocupación y pena. Cualquiera que haya trabajado en Petróleos Mexicanos tiene siempre presente el escenario de un accidente. Y que de algunos no se saldrá vivo. 

-"¿A qué viene, Doña?, no hay paso". Era la respuesta robotizada de los policías.

-"Vengo a ayudar", respondió contundente la Dra. Irma. 

Los tubos redondos del Hospital Central de Pemex -construido en 1967 a exigencia de los técnicos petroleros- no alcanzaban para todos los que se colgaban e intentaban asomar la cabeza en busca de un médico que les diera informes.

A tropezones, entre familiares angustiados, paramédicos y reporteros, la Dra. B se abrió paso: 

"Aquí estoy", dijo a la encargada de urgencias.

Cuál no sería su sorpresa: Había ya una especie de fila india, de todos los jóvenes residentes que bajaron de piso, de médicos que acababan de salir de turno, de especialistas jubilados -como ella-. Incluso con los guantes de intervención puestos, cada uno con su camilla, con su enfermero o asistente. 

Llegaban personas con contusiones abdominales, en un grito. Muchachos de uniforme con los pantalones ensangrentados. Ex esposas que cobraban pensión en oficinas con heridas en la frente.

A pesar de la escena, el área de urgencias era una máquina bien aceitada. 

La especialista esperaba turno, cuando llegó otro médico.

"Dra., Dra., ayúdenos acá".

Corrieron al área de consulta externa; todos los camilleros cargaban los sillones reposet del área de hospitalización y hacían otra fila: Eran todos los afectados -aparentemente no graves-, con crisis nerviosas, golpeados, que necesitaban sutura. 

La Dra. B -con 32 años de servicio médico en áreas de alto riesgo en zonas de Refinería en Tamaulipas y Tula- atendía a una mujer de mediana edad de una gran cortada en el pié.

"Dra., Dra., me duele el oído". 

Ya le habían dicho que eran cortadas superficiales, producto de la caída de cristales del piso 0 al 9 en el B-2. 

La Dra. B exploró más allá; un hilo de sangre escurría del oído derecho: a la mujer le había estallado el oído interno producto de la explosión.  

El Hospital Central Norte, la mayor instalación de segundo nivel de Petróleos Mexicanos, cuenta con 40 especialidades. El primer llamado de alerta pronóstico una larga tarde que se prolongó 40 horas después. 

Afuera -en la calle- Alejandra, hija de la Dra. Irma B y miembro de la cuarta generación de Petroleros, decidió no quedarse con las manos cruzadas: acudió a comprar un termo, se apeó para conseguir como hervir 30 litros de agua para ofrecer café y té a los familiares angustiados, que habían peregrinado de hospital en hospital buscando a sus hijos, a sus parejas.

"Que sigue atrapado, que no lo rescatan aún"; "Que se lo llevaron a la Cruz Roja, pero no está ahí"; "No coincide el segundo apellido"; "Está desaparecida". Era el murmullo de los compañeros y deudos, que a veces gritaban, y a veces callaban de pura angustia. 

En medio del dolor, un hombre -aún con el uniforme gris pardo y el enorme logo de la gota con el águila en la espalda- volteó y dijo a la hija de la Dra.: "El que da recibe doble". 

Casi todos los empleados que esa tarde limpiaban heridas e interpretaban radiografías, habían estado alguna vez en el Complejo siniestrado. En uno de los pisos del ahora famoso B-2, estaba el área llamada "Vitalicia", donde jubilados o sus viudas y viudos deben ir a refrendar que siguen vivos cada año, para poder recibir pensión y atención.  Junto a lo que hoy son muros caídos, estaba -irónicamente- el servicio médico. Frente a la calle el enorme checador.

Justo terminaba de vendar, cuando la Dra. B se enteró que en área de checadores de entrada y salida había fallecido el hijo de una colega suya. 

Esta cerca del aniversario 71 y el cansancio no la venció. Salió cerca de la mañana siguiente porque fue relevada por médicos que llegaron de clínicas de la periferia, del Hospital de Tula, del Militar, del IMSS que también querían apoyar. 

Le insisto en una entrevista con cámara. O en que -por lo menos-  acepte que publique el nombre que acabo de ver en su gafete.

Los que verdaderamente transforman a la sociedad como los que ésa noche, hombro a hombro hicieron que la terrible cifra de 36, no creciera, casi nunca salen a la luz. 

Para una mujer del tamaño de ella, la Dra. Irma B, un hecho de solidaridad y responsabilidad con México como el ocurrido el jueves, no necesita ser promocionado. Es una obligación ciudadana y moral, dice. Una deuda con sus compañeros petroleros. 

Además, los héroes casi nunca dan su nombre. 

MCT 

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