Niñas bien, mujeres mal

Por Carla Aguirre | Fuente: Noticieros Televisa | 2013-01-21

Mujeres trabajando

A pesar de los avances en educación, en México las mujeres siguen estando fuera de las posiciones de toma de decisión. Ello impacta en el diseño de las políticas públicas

Las niñas mexicanas actualmente tienen un mejor desempeño que los  niños en el terreno educativo, de acuerdo con la OCDE. Se registran mayores tasas de matriculación de niñas que de niños en secundaria (90 por ciento frente a 84 por ciento). Asimismo, las mujeres tienen mayores tasas de graduación a nivel universitario que los hombres (21 por ciento  frente a 18 por ciento). Además, las niñas alcanzan rendimientos similares e incluso mayores  que los niños: a los 15 años de edad, ellas los superan en lectura.

Sin embargo, el cierre en la brecha en educación entre hombres y mujeres aún está lejos de replicarse en el ámbito laboral y político. De acuerdo con el Informe de brecha de género mundial del Foro Económico Mundial, México, junto a países como Japón, Qatar y Arabia Saudita, ha hecho inversiones clave en la educación de las mujeres, pero no está  obteniendo réditos debido a que no ha removido las barreras a su participación en la fuerza laboral.


La tasa de participación laboral femenina en México es la más baja de la OCDE después de Turquía y es menor que la de otras economías emergentes. De acuerdo con datos ese organismo,  más de una tercera parte de las mexicanas entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja comparado con uno de cada diez hombres.


Los obstáculos para participar en el mercado laboral que enfrentan las mujeres son diversos: los tradicionales roles de género, la carencia de políticas de conciliación entre trabajo y vida familiar, especialmente la insuficiente o inaccesible oferta de servicios de cuidado infantil y de prácticas laborales flexibles, así como una gran carga de trabajo no remunerado, como reporta la OCDE.


Diversos organismos internacionales como el Banco Mundial, varias agencias de Naciones Unidas,  la OCDE y el Foro Económico Mundial han señalado constantemente la importancia de la inclusión de las mujeres en el mundo laboral como palanca del desarrollo y crecimiento económico de los países. Las explicaciones son diversas y algunas se reducen a lo más obvio: las  mujeres representan el 50 por ciento del potencial de los países.


A pesar de los coincidentes y en ocasiones repetitivos diagnósticos, las dinámicas de exclusión continúan reproduciéndose: además de las persistentes barreras de entrada, las mujeres no han logrado romper el llamado 'techo cristal' en su carrera laboral. Las mexicanas ocupan el 31 por ciento de los puestos de alta dirección, 7 por ciento de los miembros de la junta directiva de las empresas mexicanas son mujeres y solo el 2 por ciento de las mujeres mexicanas son empresarias.


El gabinete del presidente Enrique Peña Nieto está conformado por 22 hombres y 3 mujeres. Esa desigualdad se ha reproducido a nivel de subsecretarías: sólo 9 de un total de 54 están dirigidas por mujeres.

En el gobierno del Distrito Federal sólo hay 4 carteras encabezadas por mujeres. Queda claro que las mujeres en México tenemos derecho a votar. Tenemos derecho a trabajar. Sin embargo aún no parecemos haber ganado el derecho a decidir.


La necesidad de la paridad en las posiciones de toma de decisión ha sido un señalamiento recurrente por organismos como la OCDE desde hace varios años, no desde la perspectiva de la no discriminación como un derecho en sí mismo (lo cual ya es un argumento de peso), sino de las consecuencias negativas de que solo sean las perspectivas y experiencias de los hombres las que modelen las políticas públicas que impactan en los diferentes aspectos de la vida cotidiana de hombres y mujeres.


Al respecto, Esther Duflo, investigadora del Departamento de Economía del MIT, en su estudio 'El empoderamiento de las mujeres y el desarrollo económico' publicado en diciembre de 2011 apunta que 'hombres y mujeres tienen diferentes preferencias en términos de políticas' un mundo dirigido por mujeres se vería decididamente diferente'. A través de un estudio de caso realizado en la India, Duflo demuestra que las líderes mujeres representan mejor los intereses de las mujeres. La autora concluye, entre otras cosas, que el empoderamiento de la mujer lleva a una mejora en el bienestar de la niñez, pero a expensas de otras necesidades sociales.


El Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos afirma que ejemplos tan dispares como  Suecia y Ruanda muestran que en los países donde hay un número relativamente grande de mujeres activas políticamente se presta mucho más atención a temas sociales como el cuidado de la salud, el medio ambiente y el desarrollo económico; y se presenta una correlación con una menor corrupción. El organismo señala que una mejora en la gobernabilidad también podría derivarse de un mayor involucramiento de las mujeres en la vida política.


En el mismo sentido, en el estudio de Doepke, Tertilt y Voena  publicado por el Buró Nacional de Investigación Económica en diciembre de 2011, se cita evidencia empírica  que muestra que en Estados Unidos la participación de mujeres en las legislaturas locales afectó el destino del gasto público.


Estos argumentos han sido recientemente también defendidos por Anne Marie Slaughter, profesora de la Universidad de Princeton y la primera mujer en ocupar la dirección de planeación política en el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Slaughter argumenta en un reciente artículo publicado Foreign Policy que el  que las mujeres pudieran ocupar las cúpulas encargadas de la formulación de la política exterior 'cambiaría al mundo', abriendo mayores espacios a los diálogos de paz e incluso dando a Estados Unidos mayores posibilidades de movilizar coaliciones internacionales para reordenar la agenda internacional.


Este tipo de argumentos no infieren ni buscan demostrar que las preferencias de las mujeres sean siempre 'benéficas' o 'mejores' en términos del diseño de políticas públicas. Tampoco quiere decir que las mujeres en puestos de poder deban atender específicamente a la agenda de las mujeres. Sino que la inclusión de las mujeres en posiciones de poder permitiría incorporar una visión distinta y necesaria en un mundo conformado por hombres y mujeres.


Un reciente estudio de la Fundación Thomson Reuters señala que México es uno de los peores países en el G20 para ser mujer y  recuerda que este país es la 'cuna del machismo'. Si verdaderamente queremos 'mover a México' de esa ominosa posición, la otra mitad debe contar.

 


LSH

 



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