El papa del tercer mundo

Por Mariano Turzi | Fuente: Foreign Affairs Latinoamérica | 2013-07-24

Papa oficia misa en Aparecida

¿Es relevante para las Relaciones Internacionales la elección de un Papa latinoamericano?

¿Abre mayores espacios de agenda y oportunidades de acción para los países de Latinoamérica?

¿Qué puede esperarse con este cambio en la Iglesia católica?

Para responder estas preguntas, debemos antes aclarar dos cuestiones: la importancia de la variable religiosa en los asuntos mundiales y la influencia de la Iglesia católica como actor de relaciones internacionales. Los analistas internacionales tienden a minimizar o a descartar la religión entre los factores que tienen influencia sobre los Estados. El iluminismo filosófico que subyace a la teoría de la secularización supone que a medida que la modernidad avanza, la religión retrocede. Y "para la teoría" esto es un dato digno de celebrarse, ya que las religiones son tribalismos morales irracionales que sustentan la opresión y promueven la violencia fundamentalista. La conjunción de industrialización económica, nacionalismo, democratización política, modernización social, progreso técnico y avance científico inexorablemente circunscribirán a la religión a la superstición o a la "superestructura espiritual".

No obstante, la globalización de estos procesos ha desencadenado un retorno de la fe al escenario internacional. El Índice Global de Religiosidad y Ateísmo 2012 win-Gallup muestra que la mayoría de la población mundial (59%) se identifica como religiosa. Mientras que la modernidad removió a las personas de sus viejas identidades locales, el Estado-nación no logró imponerse en todos lados como fuente superadora de identidad. A ello se suma la creciente exclusión del proceso de acumulación, producción y distribución mundial. En muchas partes del mundo, los vacíos del Estado y el mercado fueron llenados por la religión. Como explicaba Samuel Huntington, las cosmovisiones y las teologías estructuran las relaciones entre Dios y el hombre, el individuo y el colectivo, el ciudadano y el Estado, padres e hijos, hombres y mujeres. A nivel social, ello se traduce en diferentes comprensiones de derechos y responsabilidades, obediencia y autoridad, igualdad y jerarquía, libertad y dominación. Como sistemas de creencias e identidad, las religiones buscan, además, dar un sentido trascendental al "progreso" material; buscan responder el "para qué" como las explicaciones secularistas no lo hacen.

El segundo punto es sobre la Iglesia católica y su gravitación real como institución internacional en el mundo contemporáneo. No hay una forma de estimación definitiva. La Iglesia como actor transnacional posee una especial imbricación entre autoridad espiritual y autoridad temporal, por la combinación entre la organización de una religión y la estructura de un Estado,  por la superposición entre lo sagrado y lo soberano. El Papa es a la vez Sumo Pontífice de la Iglesia y Poder Ejecutivo del Estado Vaticano. La Santa Sede posee representantes diplomáticos en 177 países y observadores en organismos internacionales. Estableció un idioma oficial (el latín), una bandera, un escudo, un himno nacional y una institución bancaria. Emite moneda y tiene un cuerpo militar (la Guardia Suiza Pontificia). Tiene estación de radio, de televisión y dominio web (".va"). Y, dato no menor en Latinoamérica, el Vaticano tiene un seleccionado de fútbol. Sin embargo, carece de poder material o "duro", determinado por recursos económicos o militares. Las capacidades típicas que los Estados utilizan en la arena mundial "premiar y castigar" son muy limitadas. ¿Qué recursos de poder posee, entonces, para ser considerada como un actor de relevancia internacional?

La Iglesia es el arquetipo del poder blando al que Joseph Nye define como la habilidad de obtener lo que se quiere por atracción antes que por coerción o recompensa. El poder blando es el resultado de una serie de elementos intangibles y tiene múltiples dimensiones; es menos intencional que el poder duro y más indirecto o relacional (requiere necesariamente la legitimidad de otros). Tiene un fuerte componente simbólico (imagen) y de credibilidad (prestigio). Es la capacidad de que los otros quieran ser como uno. Una admiración que legitima y conlleva autoridad moral, ya que los demás buscan adoptar valores y emular acciones. El Vaticano apoya ese poder a través de una red de instituciones sociales y educativas para dar forma a acción y pensamiento. Y desde esas visiones y criterios impartidos, se legitiman o se impugnan instituciones y representantes del orden económico, político y social.

Desde su primera aparición, el papa Francisco ha buscado restablecer la credibilidad perdida por los escándalos sexuales y financieros de la Iglesia. Su nombre refleja un proyecto de Iglesia: pobre, evangélica, sencilla. Una Iglesia que no busca el poder sino el servicio, con más acento en el pueblo de Dios que en la burocracia que lo certifica. Paradójicamente, ello tendría como efecto una recuperación de poder en la escena internacional.

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