CIUDAD DE MÉXICO, México, sep. 11, 2012.- Carlos Monsiváis decía que Ernesto de la Peña era un fenómeno cultural de erudición notable que nos mostraba, con su curiosidad incesante, que en la vida no es posible ningún aislamiento.
Y así era, Ernesto De la Peña iba del profundo conocimiento de la Biblia a la ópera, de las elegías de Rilke a la circular arquitectura de la divina comedia cuyos versos sabía de memoria. Poeta sobre todo, gustaba de llevar los grandes temas más que a la academia, a la plaza pública. Escribió cuentos, una novela El indeleble caso de Borelli, ensayos como El centro sin orilla o Las controversias de la fe.
Aunque fue uno de los grandes conocedores de las distintas religiones al que consultaban sacerdotes y rabinos no profesó fe alguna. Para él la muerte era una planicie fatigada que se irisa de imágenes, una gota en la nada, un eco sin origen, una caída a plomo sobre el borde del aire. Como nació en una biblioteca el 21 de noviembre de 1927 y murió en otra, a los 84 años. Sabía que sólo habrían de prolongar su presencia en este mundo los lectores. Ahora lo escuchamos en silencio.
[[order]] [[autor]] escribió el [[time | date DD/MM/YYYY HH:mm]]
[[comment]]