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PUERTO PRÍNCIPE, Haití, feb. 19, 2011.- Jóvenes delgados en camisetas desgarradas se amontonan en forma amenazante frente a la cocina de un asilo de ancianos. Muestran platos vacíos y exigen algunas de las sardinas y maíz que son el sustento de los residentes.
"¡Ladrones! ¡Ladrones!", grita Exume Fleurentis, de 68 años, desde un porche cercano, blandiendo una muleta rota.
Los muchachos, que están tan hambrientos como los ancianos, ignoran al viejito, quien es parcialmente ciego. Se desbandan cuando los empleados de la cocina les dan un poco de comida, lo que reducirá las porciones de los residente del Asilo Comunal.
La comida es uno de los dramas del asilo, así como de muchos otros ancianos que viven en los embarrados campamentos para víctimas del terremoto que mató más de 300 mil personas en enero del año pasado y dejó a cientos de miles sin techo.
En los atestados campamentos de Puerto Príncipe, un 20 por ciento de los ancianos pasan hambre un año después de la tragedia, según un estudio de HelpAge International, una red de organizaciones sin fines de lucro que ayudan a los ancianos que sufren privaciones en todo el mundo. Fueron entrevistados unos 11 mil ancianos que viven en campamentos y dos mil 300 dijeron que comen una vez al día, y a veces ni eso.
Se suponía que las cosas iban a mejorar en el Asilo Comunal, un edificio de dos pisos rodeado de carpas y lonas que alberga a unas dos mil víctimas del terremoto junto al barrio marginal Bel-Air.
El ancianato atrajo la atención del mundo cuando periodistas lo visitaron inmediatamente después del terremoto y encontraron decenas de viejitos durmiendo en el piso de tierra, entre ratas y suplicando por agua. Seis residentes fallecieron en el terremoto y tres poco después, aparentemente de hambre y agotamiento.
La organización británica HelpAge se hizo cargo de la administración del asilo, que había estado en manos de la municipalidad. Trajo un médico a tiempo completo, dos enfermeras, medicinas, sillas de rueda, caminadores y otros implementos.
Las condiciones mejoraron, por un tiempo, luego de seis meses, la municipalidad dispuso la partida de HelpAge. La organización dijo que el alcalde le había exigido que pagase los salarios de los empleados municipales que trabajaban allí.
"Lamentablemente, no nos han permitido trabajar en el Asilo Comunal desde que el alcalde nos echó del lugar", dijo la portavoz de HelpAge Caroline Graham.
El alcalde Jean-Yves Jason Muscavin declinó hablar con periodistas que lo abordaron dos veces cuando se encaminaba a su oficina. Tampoco respondió a varios mensajes telefónicos y de texto.
Algunos residentes dicen que no ven un médico desde hace meses. El personal no tiene jeringas, antibióticos, guantes de látex ni otros artículos. No hay una enfermera de noche. La vigilancia es mínima, un cuarto vacío está lleno de excrementos secos.
Los residentes no tienen mucho que hacer para pasar el tiempo y la mayoría se recuesta apáticamente en catres.
"Tenemos enfermeras durante el día, pero es como si no las tuviésemos", sostuvo Fleurentis, visiblemente frustrado. "No hacen nada. Una vez tenía dolores estomacales y las enfermeras jamás se molestaron en darme una pastilla. ¿Por qué? ¡No hay pastillas!".
Roseana Delon, de 75 años, dice que no recibe atención ni ve un médico desde hace meses. Señala una venda mal colocada en su pierna izquierda y dice que ya no siente nada allí.
"Me sentiría mejor si voy a un hospital y me amputan la pierna", afirmó Delon con voz entre cortada.
Los empleados del lugar también están frustrados. Dicen que la municipalidad les debe tres meses.
"Nos preocupa la gente aquí y queremos hacer lo más que podamos. Si estuviésemos aquí solo por el sueldo, ya nos habríamos ido hace tiempo", sostuvo la asistente Eline Darisma.
Indicó que dos residentes fallecieron de cólera hace unos tres meses por las condiciones antihigiénicas del lugar, tras lo cual la municipalidad creó un "centro de tratamiento del cólera, una gran carpa con un par de baldes de plástico.
Darisma asegura que si alguien se enferma, lo ponen en un taxi y lo envían a un hospital.
En los días siguientes al terremoto, algunos miles de refugiados se instalaron en el patio del asilo. Muchos se quedaron allí y algunos incluso se instalaron en cuartos desocupados.
Es un patrón repetido: Cuando la gente está desesperada, se aprovecha de los más débiles y de los más ancianos.
Los haitianos de edad generalmente son vulnerables porque no tienen beneficios del estado. "Dependen de sus hijos y de sus parientes", dijo Cinta Pluma, portavoz de la organización de asistencia Oxfam en Haití.
En un vasto campamento en el campo de golf Petionville Club, Lisbonne Nicolas pasa sus días descansando en bolsas plásticas de detergente colocadas en el piso. Ya pasó los 90 y dice que se siente relativamente afortunada. Cerca de él tiene a una hija y dos nietos.
No muy lejos, Alfred Saint Louis, de 69 años, es el único sostén de su esposa Dieula, quien está parcialmente paralizada. Dice que desde hace más de medio año que no recibe ayuda de grupos de asistencia ni de vecinos. Gana algún dinero reparando ropa con la ayuda de un viejo costurero. Cuenta que le quedan algunos ahorros con los que compra las cosas más elementales en los precarios mercados que surgen alrededor de los campamentos.
Cuando su esposa necesita medicinas, camina más de un kilómetro y medio, una milla, a través del campamento, hasta una clínica que vende productos médicos.
"Es duro", afirma, "pero tengo que hacerlo porque si no mi esposa se muere".
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