El poder del papa Francisco

Por Pedro Javier Cobo y Patricia Georgina Barquet | Fuente: Foreign Affairs Latinoamérica | 2013-07-22

Papa Francisco acaricia a un niño

Si lo medimos por su presencia pública, la fuerza que tiene el Vaticano es rotunda

Aunque el Papa no tiene cañones (suponiendo que Yosef Stalin hubiera hecho esa extraña pregunta), la elección del sucesor de San Pedro estalló en los gadgets de todo el mundo. El habemus papam se convirtió en el hashtag más popular del año con #habemuspapam, #Francisco1, #humoblanco. Tuiteado por siete millones de usuarios, arañó el récord Guinness que ostenta orgullosamente #obama2012 y #4MoreYears. Éste es un fenómeno realmente extraño para una institución que es la antítesis de lo que significa la posmodernidad.

Tras la sorprendente renuncia del papa Benedicto xvi, el Papa número 266 fue elegido tras una sucesión ininterrumpida desde los albores del cristianismo. Una vez más, el Estado Vaticano, el más pequeño en el concierto de las naciones, con un territorio que apenas alcanza los 0.44 kilómetros cuadrados, dejó en evidencia su poderío suave dentro del contexto internacional.

El papado es una anomalía "de eso no cabe la menor duda", por lo menos desde el punto de vista histórico. No hay ninguna institución tan antigua que permanezca en el concierto de las naciones. Existe aun antes de que se estructurara el concepto de Estado-nación en el Tratado de Westfalia y se ha mantenido como un actor en la escena internacional. El Vaticano es un Estado-nación atípico que no cumple con lo establecido por el Tratado de Montevideo,  por no contar con una población definida ni poseer un territorio que pueda ser transitado a pie. Sin embargo, cuenta con reconocimiento internacional y su Jefe de Estado es uno de los más invitados y vitoreados cuando pisa tierras extranjeras "a la vez que es una de las personalidades más criticadas en los medios de comunicación".

La Santa Sede es un actor internacional que ha sido poco analizado por los estudiosos de las Relaciones Internacionales, y si se le intenta definir, se llega a la conclusión de que es una entidad única que no encaja en su totalidad ni en la teoría realista ni en la liberal, la institucionalista o en la de las organizaciones transnacionales. De esta manera, constituye una variable exógena dentro de las teorías tradicionales de las Relaciones Internacionales, que puede ser estudiada, como propone Alexander Wendt, a través de la construcción de identidades sociales con otros Estados, o bien, deconstruida desde la versión posmodernista de David Boje.

En la historia de la humanidad, no hay otra institución que haya dejado tanta impronta en sus destinos; lo más cercano "salvando todas las diferencias" fue el Califato, que duró 1 500 años. Pero este poder duro, desde el concepto de Joseph Nye, se fue perdiendo. De ser martirizados en los primeros siglos y oponerse con su sola presencia al poder del omnipotente Atila, los Papas pasaron a influir en la designación y deposición de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Transitaron de vivir en la pobreza y de celebrar sus reuniones en catacumbas a repartir la mitad del orbe entre España y Portugal o a conciliar alianzas para frenar al Turco en Lepanto. Gracias a Dios "nunca mejor dicho" esos tiempos pasaron. En el mismo año en que el Papa se calificaba a sí mismo y a sus sucesores como infalible en temas de fe y moral, en 1870, el triunfante Víctor Manuel ii acababa con más de 1 300 años de poder papal terrenal. Una superficie de 0.44 kilómetros cuadrados y algunas basílicas son testimonio de glorias "y penas" pasadas. Pío ix se consideró prisionero en tan pequeño espacio. El papado no sólo había roto con la modernidad decimonónica al condenar la democracia liberal (Syllabus de errores), sino también con la comunidad internacional. Los Tratados de Letrán (1929) lo sacaron de su aislamiento y lo incorporaron como miembro entre el concierto de las naciones; eso sí, con una condición: no se podría inmiscuir en las rivalidades temporales. En 1964, fue aceptado en Naciones Unidas como observador permanente: tenía voz pero no voto.

A pesar de lo anterior, en la primera mitad del siglo xx, el papado tuvo una enorme importancia en los acontecimientos internacionales: el triunfo de las tropas de Franco es tan sólo una muestra de lo importante que puede ser un plácet para apoyar a una parte de los contendientes. Ya en tiempos más cercanos, Juan Pablo II recordó la relevancia del posicionamiento del Vaticano en los asuntos internacionales. Asimismo, participó con éxito en el conflicto entre Argentina y Chile "en el conflicto por el canal de Beagle"  y fue líder en el capítulo de la condonación de la deuda a los países más pobres con motivo del jubileo de 2000. Pero su mayor gloria consiste en haber pasado a la historia como el Papa que derrotó al comunismo.

EL PODER SUAVE DE LA IGLESIA

La Iglesia católica es respetada por el alcance que tiene su poder suave. Si perdió su poderío duro y temporal, hay pocos países que no deseen tener relaciones diplomáticas con el pequeño Estado: desde las nacientes repúblicas latinoamericanas en el siglo xix, pasando por Croacia (el Vaticano fue el segundo Estado, tras Alemania, que lo reconoció como país), hasta Israel, cuando estableció relaciones en 1992 tras un largo y complicado forcejeo. Esa constante siguió durante la Guerra Fría: numerosos países buscaban la visita de Juan Pablo ii para legitimar sus acciones o como medio para mejorar su puntuación frente a su posible entrada en la Unión Europea "Grecia y Turquía, por ejemplo". Ahora, la pregunta que aflora es la siguiente: en un mundo donde el pensamiento light ha invadido a todo Occidente "la era del vacío de Gilles Lipovetsky", la Iglesia, como institución jerárquica y supuesta depositaria de la verdad última sobre el hombre, la historia y el cosmos, ¿puede tener algún tipo de influencia, aunque sólo sea a través de su poder suave?

A su favor están los datos duros. La Iglesia cuenta con cerca de 1 200 millones de fieles repartidos por todo el mundo, unos 5 000 obispos, más de 400 000 sacerdotes y 700 000 religiosas, más de 2 millones de catequistas y cientos de miles de instituciones caritativas (sólo en España, son más de 40 000). Además, muchos católicos encabezan revistas, estaciones de radio, televisoras y páginas de Internet. La cifra es imponente. A través de personas e instituciones, el Vaticano puede recabar información de primera mano e influir de alguna u otra forma en buena parte del mundo. Son las redes que se generan a través de sus diócesis, abadías, vicariatos y prefecturas apostólicas las que sostienen su fortaleza como institución internacional. Es esta interconexión la que renueva su poder suave y sustenta su política de actor unitario, ya que también puede incidir fácilmente en el ámbito nacional de los Estados.

Pero la Iglesia católica también tiene mucho en contra. Es claro que, de los 1 200 millones de católicos, un porcentaje altísimo lo es sólo de nombre y se deja influir poco o nada por las directrices de la Santa Sede (la asistencia a misa en muchos países no supera el 20% de sus fieles). Prácticamente ninguno de los grandes medios de comunicación (The New York Times, Times, El País, Reforma, abc, cnn, entre otros) están en manos de personas que difundan una visión positiva de los fundamentos de la Iglesia católica. Y quizá por lo anterior, el pensamiento dominante en la actualidad es, en cierta manera, diametralmente opuesto a lo que representa. La Iglesia católica se define a sí misma como jerárquica por deseo divino "no cabe la democracia"; es, en el mundo occidental, la mayor crítica del relativismo; asimismo, defiende una moral sexual que va a contracorriente con lo que viven muchos de sus propios fieles, no está dispuesta a dejar que las mujeres ocupen puestos dentro de la estructura sacerdotal (sacerdotes y obispos) y no aprueba la homosexualidad. Por consiguiente, a simple vista, uno puede suponer que ese poder suave está más blando que nunca.

LA IGLESIA PIENSA EN SIGLOS, NO EN PERÍODOS Políticos

Para muchos, influidos por los ideales marxistas o liberales, el dinero mueve al mundo; para otros ?como el famoso vaticanista George Weigel en su artículo "Papacy and Power" (First Things, 2001) y para los que escriben estas líneas, el verdadero motor de la historia son las ideas. Fueron más perdurables las ideas de Sócrates que la imponente maquinaria de la guerra persa, y han dejado más huella en la humanidad los Diez Mandamientos que los carros egipcios. Difícilmente tendríamos hoy una Declaración Universal de los Derechos Humanos si no hubiera existido la creencia judía de que todos los hombres somos hechos, uno a uno, por un Dios que confirió la posibilidad de participar en su intimidad (así lo afirma el agnóstico y senador italiano Marcello Pera en su libro Por qué debemos considerarnos cristianos. Un alegato liberal). Si se parte de esta premisa, se puede comprender por qué la Iglesia Católica tiene un poder suave con muchas ventajas a su favor.

Una de ellas es que, al tener más de 2 000 años de existencia, la jerarquía católica puede darse el lujo de pensar en términos de siglos, no en períodos cortos, como los presidenciales, por ejemplo. Sin duda existen ideas que ya llevan varias centurias y que son contrarias a los postulados papales. Pero los hombres de Iglesia "especialmente los obispos, los cardenales y el propio Papa, que suelen ser personas mayores de 50 años de edad" son conocedores de la historia de la humanidad y saben que esas mismas ideas son cíclicas y que la Iglesia permanece a pesar de ellas. Además, gozan de la certeza de que Dios está con ellos, y esto les da una percepción de fuerza nada despreciable y los arma con una posición moral inigualable. Es cierto que Juan Pablo ii no pudo evitar la guerra de Iraq, pero su condena provocó en algunos la reflexión sobre el origen inmoral de la acción. Asimismo, esta posición moral también vulnera a la Iglesia, pues el hecho de que existan escándalos sexuales motiva a que la condena sea asfixiante, justamente porque se le exige más a esta institución que a otros actores internacionales.

 

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