10 años de la invasión a Irak: la larga ruta hacia la reconstrucción.

Por Iván Roberto Sierra Medel | Fuente: Foreign Affairs Latinoamérica | 2013-04-09

Gráfico Irak

En ausencia de un objetivo de largo plazo de la coalición militar y ante la magnitud de la tragedia humanitaria, la reconstrucción y desarrollo del país son impostergables

El mes pasado se conmemoraron 10 años de la invasión a Irak instrumentada por la administración estadounidense del presidente George W. Bush, y las repercusiones de ésta en Irak mismo, en  su entorno geográfico, en Estados Unidos y en diversos planos de la comunidad internacional, sugieren que se trata de uno de los episodios de mayor impacto para el mundo del siglo XXI.

En el presente artículo, se abordan algunas consecuencias de esta acción bélica que dejan ver cómo, en ausencia de un objetivo de largo plazo para la coalición militar movilizada al interior del país árabe, y ante la magnitud de la tragedia humanitaria desatada por el despliegue de poderío militar, los problemas de la reconstrucción y la necesidad de retomar el proceso de desarrollo del país son las cuestiones de mayor vigencia hoy en día.

El camino a Bagdad.

Desde el punto de vista de la Doctrina Weinberger (el conjunto de postulados sobre las condiciones en que toma sentido para Estados Unidos la movilización de sus fuerzas de combate, propuesto en 1984 por el entonces secretario de Defensa Caspar  Weinberger), la invasión desatada el 19 de marzo de 2003 satisfacía dos condiciones esenciales: concentraba fuerzas de gran escala (148,000 soldados de EU, 45,000 británicos, 2,000 australianos y 194 polacos) y tenía el endoso del Congreso, (la resolución conjunta del Senado y la Cámara Baja para autorizar la fuerza militar fue apoyada tanto por votos republicanos, como por no pocos demócratas: 29 senadores y 82 representantes de éstos últimos).

Sin embargo, desde el inicio mismo de los operativos bélicos, al menos tres postulados claves de la Doctrina Weinberger fueron visiblemente ignorados: definir el interés vital por defender, considerar la movilización militar únicamente como último recurso, y clarificar el objetivo político a alcanzar. Tras la primera etapa de acelerados triunfos del contingente expedicionario y del aplastamiento del régimen personalista de Saddam Hussein- etapa completada mayormente para el 9 de abril de 2003- estos vacíos en la estrategia de la invasión derivaron en una escalada de costos humanos, materiales y financieros.

En vísperas de la invasión, el presidente Bush enfatizó en un discurso televisado que el inicio de acciones tomaría lugar en el momento que así lo eligiera su administración, dando por hecho que la invasión era una decisión tomada. Los motivos de ésta, enunciados por los copartidarios del mandatario republicano eran: la eliminación de las armas de destrucción masiva, y la capacidad de producirlas, acumuladas por Saddam Hussein; castigar a Hussein por su papel en los atentados del 11 de septiembre de 2001, y la eliminación de los elementos de la red terrorista al- Qaeda en Irak. Los tres argumentos fueron desmentidos más allá de toda duda: en 2004, el propio Inspector de la Administración Bush confirmó que Saddam Hussein carecía de inventario de armas de destrucción masiva; los servicios de inteligencia subrayaron que no hubo papel del régimen iraquí en los atentados del 11 de septiembre; y los miembros de al- Qaeda -ausentes en Irak hasta la invasión- se hicieron presentes en el país precisamente por animadversión hacia los ejércitos extranjeros de la prolongada ocupación (especialmente tras violentos despliegues de fuerza, como los observados en el sometimiento de la insurgencia en Fallujah, en noviembre de 2004).

El costo de la ocupación.

Luego de la conquista de Bagdad, la falta de rumbo político se hizo evidente por la ausencia de una idea clara sobre el número necesario de  fuerzas internas indispensables para garantizar  la estabilidad del país. A su vez, la invasión generó la pérdida súbita del poder de la minoría suní, afín al régimen de Saddam Hussein, y el acelerado repunte del poder de la mayoría chiíta, lo que, sumándose a una grieta étnica de fondo, significaron el corte de las amarras que sujetaban a la población kurda a un Estado mayoritariamente árabe. Por si fuera poco, incluso los miembros de una de las más antiguas comunidades cristianas, los caldeos-asirios, quedaron atrapados en fuego cruzado en el marco de la insurgencia musulmán y la fuerza expedicionaria mayoritariamente cristiana; muchos de éstos caldeos- asirios se vieron obligados a dejar sus regiones ancestrales.

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