México y Estados Unidos: identidad y fútbol

Por León Krauze | Fuente: Foreign Affairs Latinoamérica | 2013-02-16

Fútbol

León Krauze aborda el tema del fútbol como una manifestación sana de identidad, tiene algo que convoca, une y concilia

 

En el campo del fanatismo, el fútbol es una de las pocas manifestaciones sanas de identidad en el mundo. El fútbol tiene algo que convoca, une y concilia. Juan Villoro señala, en su libro Los once de la tribu, el carácter primitivo de la colectividad futbolera: los jugadores en la cancha nos representan; defienden lo que nos define y pertenece; llevan en las botas nuestras esperanzas y nuestras cicatrices.

(Villoro, por supuesto, no ha sido el único en señalar la relevancia del fútbol en la definición de identidades comunitarias, regionales y, en última instancia, nacionales; quizá el recuento más memorable sea La guerra del fútbol, de Kapuscinski). No es casualidad: cuando el equipo mexicano pierde, el aficionado jamás dirá "perdieron", siempre dirá: "perdimos". Lo que se juega en la cancha es, en suma, el honor tribal. Ni más ni menos.

El culto futbolístico desafía la lógica y no entiende razones. Hace años, la editorial Cal y Arena me invitó a presentar un libro de cuentos sobre fútbol, Durante mi turno frente al micrófono, me atreví a preguntar cómo podríamos explicarnos la devoción que Diego Armando Maradona despertaba en Argentina. Expuse mi argumento con la mayor precisión posible. Maradona había sido indudablemente un extraordinario futbolista, llevando a Argentina a su segunda Copa del Mundo en México, en 1986, y al borde de su tercera cuatro años después en el Olímpico de Roma. Su talento no tenía comparación: además de poseer un formidable sentido de teatralidad, era pícaro, impredecible y veloz. Nadie como él para hablar a la tribu de las cien mil cabezas sentada en las gradas. No obstante, recuerdo haber explicado, Maradona era un absoluto patán fuera de la cancha. Drogadicto, abusivo, narcisista, violento e inculto, parecía el inverso exacto del zurdo genial que había conquistado al mundo. Habría que agregar que toda esta discusión ocurrió antes de que Diego Armando decidiera añadir a la lista de defectos su apoyo al régimen de Fidel Castro.


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En el campo del fanatismo, el fútbol es una de las pocas manifestaciones sanas de identidad en el mundo. El fútbol tiene algo que convoca, une y concilia. Juan Villoro señala, en su libro Los once de la tribu, el carácter primitivo de la colectividad futbolera: los jugadores en la cancha nos representan; defienden lo que nos define y pertenece; llevan en las botas nuestras esperanzas y nuestras cicatrices.

(Villoro, por supuesto, no ha sido el único en señalar la relevancia del fútbol en la definición de identidades comunitarias, regionales y, en última instancia, nacionales; quizá el recuento más memorable sea La guerra del fútbol, de Kapuscinski). No es casualidad: cuando el equipo mexicano pierde, el aficionado jamás dirá "perdieron", siempre dirá: "perdimos". Lo que se juega en la cancha es, en suma, el honor tribal. Ni más ni menos.

El culto futbolístico desafía la lógica y no entiende razones. Hace años, la editorial Cal y Arena me invitó a presentar un libro de cuentos sobre fútbol, Durante mi turno frente al micrófono, me atreví a preguntar cómo podríamos explicarnos la devoción que Diego Armando Maradona despertaba en Argentina. Expuse mi argumento con la mayor precisión posible. Maradona había sido indudablemente un extraordinario futbolista, llevando a Argentina a su segunda Copa del Mundo en México, en 1986, y al borde de su tercera cuatro años después en el Olímpico de Roma. Su talento no tenía comparación: además de poseer un formidable sentido de teatralidad, era pícaro, impredecible y veloz. Nadie como él para hablar a la tribu de las cien mil cabezas sentada en las gradas. No obstante, recuerdo haber explicado, Maradona era un absoluto patán fuera de la cancha. Drogadicto, abusivo, narcisista, violento e inculto, parecía el inverso exacto del zurdo genial que había conquistado al mundo. Habría que agregar que toda esta discusión ocurrió antes de que Diego Armando decidiera añadir a la lista de defectos su apoyo al régimen de Fidel Castro.


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